Cuando llegué a San Francisco, una de las cosas que me sorprendió fue la imagen de la Virgen de Guadalupe por todas partes. En la frutería, en las taquerías, en las calles… Esa imagen se reconocía rápidamente. Pero no se reconocía por la forma de la figura de la virgen, sino por la forma del fondo donde se ubicaba. El contexto de la imagen determinaba su lectura, su comprensión.
Me pareció que esto es lo mismo que ocurre con la vida de un artista, donde el contexto en el que se desenvuelve determina no solo cómo se le ve a él, sino también cómo se visualiza su propio trabajo.
Esta capacidad simbólica de mutar comportamientos fue lo primero que me interesó en esta imagen guadalupana. Después, comencé a cuestionar sus posibilidades de representación.
En los cuadros, la imagen se concentra en un único plano formado por pliegues o por la sensación de pliegues. Pliegues de naturaleza barroca por el dramatismo de su iluminaciónen una pintura matéricamente extraplana.
Un pliegue desarrollado supone una fuerza aplicada a un plano. El plano sufre esa fuerza y sucumbe a ella formando el pliegue. Así, una imagen formada por pliegues multiplica sus planos y la capacidad para poder iluminarlos de manera natural o subjetiva.
El pliegue es barroco en su concepción pues retuerce y teatraliza lo esencial.
El periodo Barroco está repleto de telas que cubren cuerpos formando pliegues.
Los pliegues más elocuentes fueron, en mi opinión, los de Zurbarán. Su padre hacía telas y eso le permitió elegir como modelo las mejores, las más densas. Con esas telas tan densas, sus pliegues se hacían más geométricos y formaban unos planos más grandes. Justo lo que la pintura necesita para ser realidad.
En los cuadros de esta serie “Guadalupanas” 2000, toda la imagen está formada por estos pliegues sin fin, pero a partir de ahí podemos empezar a imaginar libremente. Por ejemplo, toda la imagen se puede plegar como si fuera un abanico oriental. Así, en otros cuadros de la serie esta imagen guadalupana se cierra pero no del todo, dando lugar a otra imagen que podemos llegar a entender como la de la propia Virgen de Guadalupe, pero sin su contexto de pliegues escalonados.
Esta dinámica de pensamiento es personal e interior. No necesita ser asimilada por el observador pues éste desarrollará su propia sensación siempre que el cuadro le transmita la propia intensidad con la que ha sido ejecutado, que fue máxima y extrema en su proceso.